Si no te importa dónde vas, no te importa el camino que tomas, parafraseando Alicia en el país de las maravillas, pero lo habitual es que las personitas tengamos propósitos y motivaciones.
¿Qué nos mueve a hacer lo que hacemos? ¿Por qué haces lo que haces y no otras cosas? ¿Qué te hace decicarle más tiempo a algo que a otra actividad?
Por supuesto que está el factor de filias, aficiones y pasiones, pero claro, hay algo detrás de todo esto y es el propósito. Mi colega Enrique de la Cruz Martínez es un experto en este tema y espero que me corrija, yo voy a tirar por lo fáctico y -espero que- algo nuevo para ti que me lees…
Nos vamos a 2012, a una charla de Dan Ariely en la que nos habla de una serie de experimentos sobre el propósito. Algo sencillo y fácil de entender:
- Te voy a pagar X por cada lego que construyas,
- El precio bajará por cada lego,
- Cuando acabe el experimento, los desmontaré y meteré en sus cajas originales para el siguiente sujeto.
Ahora vienen los dos grupos del experimento, las dos poblaciones.
El grupo 1: siempre montaba modelos nuevos. A estos los llama la condición con significado.
El grupo 2: se desmontaba delante del candidato el modelo que acababan de construir, pero la misma dinámica. A estos los llama la «Condición de Sísifo«

Conclusiones:
- Los del grupo 1 construyeron muchos más modelos antes de abandonar la tarea.
- Los del grupo 2 se rindieron mucho antes, hartos de ver su trabajo destruido.
- La diferencia de rendimiento fue abismal, a pesar de que la recompensa económica era exactamente la misma.
El efecto Ikea: nos enamoramos de lo que hacemos
No es casualidad que nos enamoremos de los muebles que montamos con nuestras propias manos, aunque sean torcidos y cojos. El esfuerzo y el tiempo invertido crean un vínculo emocional con el resultado final. Este fenómeno, bautizado como «efecto Ikea», explica por qué valoramos más lo que construimos nosotros mismos.
Y esto, queridos lectores, no es solo aplicable a estanterías de dudosa estabilidad. Lo mismo ocurre con nuestros proyectos laborales, relaciones personales o hasta con ese blog que mantuviste durante tres semanas en 2011 y que aún defiendes como oro en paño (yo tengo algo por ahí…)
El efecto de la observación del rendimiento
El efecto Hawthorne con sus polémicas tiene miga, y dice que rendimos mejor cuando nos sentimos observados, ojo que para los pobres que lo sufrieron debió ser una auténtica tortura, pero Dan recrea en cierto modo el experimento de la observación para hablar sobre rendimiento y motivación.
«Ignoring the performance of people is almost as bad as shredding their effort in front of their eyes. […] adding motivation doesn’t seem to be difficult […] eliminating motivations seems to be incredibly easy.»
¿Te has quedado con la copla? Romper el trabajo de alguien tiene el mismo efecto que ignorar el rendimiento de alguien… ¿Acojona? Ahora imagina que sucede en tus equipos cuando ignoras el hecho de alguien que no rinda…
La jodida paradoja de la motivación
Y aquí viene lo canalla del asunto: mientras nos pasamos la vida buscando propósito, significado y motivación como si fueran el Santo Grial, resulta que son más frágiles que un castillo de naipes en una discoteca.
Piénsalo un momento: ¿cuántas veces te has desanimado con un proyecto solo porque alguien hizo un comentario despectivo? ¿O has tirado la toalla porque nadie prestaba atención a tu esfuerzo? El propósito, amigos míos, es un cabrón sensible.
Las empresas se gastan millones en consultores de motivación cuando bastaría con no destrozar sistemáticamente el sentido de propósito de sus empleados. Es como si alguien intentara mantener llena una bañera mientras ignora que el tapón está quitado.
El problema es que el propósito y las motivaciones son difíciles de encontrar y son cambiantes en el tiempo (mi amiga María José Salvador te podría montar una dinámica de Management 3.0 super chula para demostrarlo)
El arte de no joder la motivación ajena
Si eres jefe, pareja, amigo o simplemente un ser humano que interactúa con otros, aquí va un consejo: reconocer el esfuerzo ajeno no es solo una cortesía, es combustible para el motor del propósito.
Cuando ignoramos el trabajo de otros, cuando lo despreciamos o lo hacemos invisible, estamos literalmente destrozando su motivación. Y reconstruirla es mucho más costoso que mantenerla.
En el mundo laboral esto tiene consecuencias brutales: gente competente abandonando proyectos, equipos desmoronándose, y talento desperdiciado. Todo porque alguien no entendió que los seres humanos necesitamos sentirnos útiles. Necesitamos creer que nuestro esfuerzo importa, joder.
La revolución del propósito
Así que aquí va mi propuesta indecente: ¿Y si en vez de buscar tanto el propósito hacia fuera, empezamos por reconocerlo en los demás? ¿Y si antes de preguntarnos por nuestro lugar en el universo, valoramos el trabajo del compañero de al lado?
El propósito no es solo una reflexión filosófica para retiros espirituales o crisis de los cuarenta. Es el maldito motor que hace que una persona se levante cada mañana y dé lo mejor de sí misma en lugar de mandarlo todo a la mierda.
Y tú, que has llegado hasta aquí, ¿qué propósito te mueve? Y más importante aún, ¿estás reconociendo el propósito de quienes te rodean o estás, sin querer, destrozando sus legos delante de sus narices?
Porque, al final, todo se reduce a eso: no somos tan complicados como queremos creer. Solo necesitamos sentir que lo que hacemos importa. Que nuestros legos permanecerán construidos, al menos un tiempo, antes de volver a la caja.